En una época en la que muy pocas personas sabían leer y escribir, los monasterios fueron importantes centros culturales. Gracias a sus bibliotecas se conservaron muchas obras de los autores clásicos y medievales.
Además, como no existía la imprenta, algunos monjes se dedicaban a copiar los libros a mano en el scriptorium y a ilustrarlos con delicadas miniaturas. También enseñaban a leer y a escribir.
La vida monástica se regía por un cúmulo de reglas y horarios bastante estrictos.
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